viernes, 24 de enero de 2014

Letra del tango CAMBALACHE De Enrique Santos Discépolo (1935) Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé. En el quinientos seis y en el dos mil, también. Que siempre ha habido chorros, maquiavelos y estafaos, contentos y amargaos, barones y dublés. Pero que el siglo veinte es un despliegue de maldá insolente, ya no hay quien lo niegue. Vivimos revolcaos en un merengue y en el mismo lodo todos manoseados. Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio o chorro, generoso o estafador... ¡Todo es igual! ¡Nada es mejor! Lo mismo un burro que un gran profesor. No hay aplazaos ni escalafón, los ignorantes nos han igualao. Si uno vive en la impostura y otro roba en su ambición, da lo mismo que sea cura, colchonero, Rey de Bastos, caradura o polizón. ¡Qué falta de respeto, qué atropello a la razón! Cualquiera es un señor, cualquiera es un ladrón... Mezclao con Stravisky va Don Bosco y La Mignon, Don Chicho y Napoleón, Carnera y San Martín... Igual que en la vidriera irrespetuosa de los cambalaches se ha mezclao la vida, y herida por un sable sin remache ves llorar la Biblia junto a un calefón. Siglo veinte, cambalache problemático y febril... El que no llora no mama y el que no afana es un gil. ¡Dale, nomás...! ¡Dale, que va...! ¡Que allá en el Horno nos vamo’a encontrar...! No pienses más; sentate a un lao, que ha nadie importa si naciste honrao... Es lo mismo el que labura noche y día como un buey, que el que vive de los otros, que el que mata, que el que cura, o está fuera de la ley...

lunes, 13 de enero de 2014

Reflexionando del 1 al 10 por FRO

Reflexionando del uno al diez. Por Fernando Rodríguez Ochoa. En la época de esplendor del Imperio Romano, sus ingenieros lograron hacer grandes descubrimientos e inventos. Lograron tener, por ejemplo, un excelente concreto para sus construcciones, máquinas de vapor (aunque rudimentarias) y grandes avances en materia de metalurgia, con lo que estuvieron muy cerca de inventar la locomotora. ¿Se imaginan a los romanos con una red ferroviaria que comunicara a todas sus provincias llevando materiales, armas, mercancías, alimentos, transportando ejércitos? Nuestra civilización actual estaría mil años por delante de lo que está ahora, por lo menos tecnológicamente hablando. Una de sus taras culturales que en alguna medida evitó alcanzar ese nivel de tecnología, fue indudablemente su numeración. Sí, sus números I, II, III, IV, V… X, L, C, D, M etc. Obstaculizaron a sus ingenieros y arquitectos para avanzar tal como lo hubieran hecho con la numeración arábiga, o mejor dicho, indoarábiga. ¿Ha intentado alguien hacer una suma, resta, multiplicación o división (operaciones aritméticas básicas) sólo con números romanos? Por supuesto que es posible pero con muchísima dificultad. Alguien inténtelo desarrollando un método o investigando algún algoritmo que seguramente ya existe y que me diga cómo fue su experiencia ¿y que tal hacer operaciones trigonométricas o cálculos con geometría analítica que seguramente se hicieron al diseñar la cúpula del Panteón en Roma utilizando sus números? Como para arrancarse los cabellos. ¿O no? La numeración actual que es decimal y posicional con el concepto del cero intermedio, ha sido probablemente uno de los mayores avances intelectuales en la cultura occidental, aunque no desarrollada por ella misma, sino por adopción originaria de la cultura árabe, inda y china. Me atrevería a decir que esa adopción es un hecho de mayor relevancia e influencia aún que el desarrollo de la tecnología electrónico/digital. Sin duda todos nuestros avances tecnológicos se deben en gran medida (sin estar exagerando) a la base que representa el impulso de la matemática hoy poderosamente armada con la numeración indoarábiga, facilitando desmesuradamente los cálculos matemáticos necesarísimos para cualquier científico, ingeniero o arquitecto. Por increíble que parezca, en la civilización occidental se extendió esta numeración de manera homogénea con el invento de la imprenta apenas en el año 1450, pleno siglo XV (irónicamente usando números romanos) y en Rusia hasta 1700. Consultar: http://es.wikipedia.org/wiki/N%C3%BAmeros_ar%C3%A1bigos

Fragmento de El Tesoro de la Nación 1920 por FRO

Luego de un largo rato de solazarnos con cantos y relatos de anécdotas curiosas, el cansancio atrasado aunado al placentero calor producido por las llamas de la fogata nos hizo quedarnos mudos. Recostado ya en la arena, un pesado letargo me fue cayendo encima como una manta hecha de malla de plomo que me fue dejando pacíficamente inmóvil. Sólo apenas captaba mi vista el techo de la caverna que muy dificultosamente se alcanzaba a ver. Estaba conformado por una superficie sinuosa con picos de roca afilados, embadurnados algunos por pincelazos de luz amarillenta que cintilaba mustia al ser parida por unos cuantos rescoldos de leña que estaban prontos a consumirse de completo. Mientras, por mi mente semidormida cruzaban pensamientos y recuerdos como nubes en un cielo ventoso. El inmenso convoy abandonado; el perro bravo; las ampollas de mis plantas; el malecón del puerto de Veracruz que nunca volvería a ver a Carranza; los rostros sin ojos de los martirizados; la estrellita del lejano cielo; el bote de manteca lleno de frijoles.

De pronto me vi rodeado de una docena de enormes perros, unos negros, otros pardos, con grandes fauces que hedían a carne podrida. Apoyaba yo la espalda en un muro de adobe que a lo ancho y alto parecía interminable. Mis piernas al desnudo se ofrecían apetitosas a esos demonios. Mi desesperación era mayor cuando no los podía ver del todo debido al deslumbramiento de un sol intenso que me daba en la cara.  Entre los ladridos demoniacos podía percibir las risotadas burlonas de Julián y Anacleto. ¡Ayúdenme! Quería  suplicarles a gritos, pero de mi boca no salía sonido alguno. ¡Madre Santísima, Socórreme! Suplicaba yo entonces en silencio forzado, mientras el corazón se me quería salir del pecho. En medio de la más aguda desesperación que alguien pudiera soportar, algo me hizo sombra en el cielo. La forma de un caballo que flotaba en los aires se interponía entre mis ojos y el sol. Puede entonces ver con claridad que era mi Grifo que bajaba agitando grandes alas y caía implacable sobre los canes. Dando coses y patadas furiosas a algunos que aún quedaban de pie. Las patas delanteras de pronto ya no terminaban en pesuñas, sino que se habían tornado a poderosas garras de león con las que desgarraba las panzas de otros perros que intentaban levantarse del suelo, haciéndoles mostrarme sus entrañas asquerosas. En un santiamén mató a cada uno de ellos. Grifo ya con las cuatro patas en el suelo y las alas cerradas, con mirada suave y cariñosa, a rugidos me habló utilizando palabras totalmente inteligibles para mí, pero que de alguna manera me quedaron en la memoria y que antes de olvidarlas luego de unos días después las puede anotar en un papel:

“Siendo yo Grifo no hay rareza en que sea su guardián.
De los ciento cincuenta, cuarenta y cinco yacen abajo.
 Te estaré esperando fiel y paciente que vengas a tomar cuenta a su tiempo.
De igual seré un preciso guía para la veintena previa.
 Sólo tu alma noble tiene cabal mérito.
 Cualquiera otra tuviera tan sólo el mismo destino que la fuente de tu temor, del que ahora, mi amo, has quedado libre por siempre”.

Aún con la respiración agitada me dí cuenta que sentía arena en el dorso de la mano y la cara. Poco a poco pude mover una pierna y luego la otra. Entendí entonces que sólo había estado dormido. Sólo fue un sueño como de opio. Había ya amanecido y al poder por fin abrir los ojos me sorprendí cuando todos mis compañeros alrededor de mí estaban mirándome muy extrañados y hasta preocupados.  “¿Qué te pasó Juvencio? Te sacudías como un endemoniado ¡Nos espantaste ladino!” me dijo Terrazas. A lo que respondí: “Nada, sólo fue un mal sueño ¿Qué no tienen algo mejor que hacer? Dejen de mirarme que estoy bien” pero siguieron inmóviles y Terrazas señalando con el debo hacia el suelo me dijo: “Mientras te retorcías, en la arena escribiste algo con el índice… sí, no me veas con esa cara. Fuiste tú en tu pesadilla”. En la arena junto al lugar donde estaba yo acostado había una inscripción hecha con letra temblorosa que rezaba: Ego custodem.
Al ver ese disparate sin sentido, me levanté de un salto sin quitarle la vista de encima. Me corrieron escalofríos por brazos y cabeza, aunándose un vahído breve. De pronto pensé: “Eso no viene de Dios”, me santigüé en seguida y deshice aquello con el pié a la vez.

                Pasando hambres y cansados llegamos al convoy en algunas jornadas de camino. Era una mañana fría y había allí una neblina espesa. La estación Aljibes parecía poblada de fantasmas. Entre los vagones se me figuraba que se paseaban figuras humanas borradas por la neblina pero en realidad todo aquello estaba solitario y completamente silencioso como un campo santo.